Mientras Agonizo by William Faulkner

Mientras Agonizo by William Faulkner

Author:William Faulkner
Language: es
Format: mobi
Published: 2010-08-05T22:00:00+00:00


Darl

Ante nosotros corre la espesa y negra corriente; hasta nosotros sube su murmullo incesante y múltiple; su amarilla superficie se hincha monstruosamente con fugaces remolinos que corretean por ella, por un instante, silentes, efímeros y profundamente significativos, como si, bajo la superficie, se despertara algo enorme y viviente, durante un momento de vigilia perezosa, para caer de nuevo en un ligero adormecimiento.

La corriente cloquea y murmura entre los radios de las ruedas y en las patas de las mulas: amarilla, sembrada de pecios, y con múltiples y sucias gotas de espuma, como si dudase, como se cubre de espuma un caballo que suda. Y corre entre la maraña con un sonido quejumbroso y cogitabundo; las sueltas cañas y los renuevos se inclinan sobre ella como humillados por un ventarrón y se ladean, sin volverse hacia atrás, igual que si estuvieran suspendidos de unos cables invisibles que bajasen del alto ramaje. Y sobre su incesante superficie se ven —los árboles, las cañas, los renuevos— desarraigados, arrancados de la tierra, espectrales, sobre un cuadro de desolación inmensa, aunque limitada, resonante de la henchida voz del agua, devastadora y lúgubre.

Cash y yo vamos sentados en el carro; Jewel, a caballo, junto a la rueda trasera de la derecha. El caballo está inquieto, y su ojo, de color azul celeste, gira fieramente en su larga cabeza rosada; su aliento es estertórico, como un ronquido. Jewel cabalga erguido, con tranquilo continente, mirando con sosiego y energía, y con viveza, el camino y lo demás; con la cara tranquila, un tanto pálida y alerta. La cara de Cash también está llena de gravedad; él y yo nos miramos el uno al otro con miradas inquisitivas, miradas que se hunden sin empacho en los ojos del otro, y que penetran en el interior del último lugar secreto, en el que, por un instante, Cash y Darl se agazapan, se encogen, se acuchillan, dentro del espanto ancestral, dentro de los ancestrales agüeros, completamente consternados, en alerta actitud, escondidos, sin pudor. Cuando hablamos, nuestras voces son tranquilas desarraigadas.

—Creo que todavía vamos por el camino.

—Tull fue y cortó esos dos grandes robles. Tengo oído que antiguamente estos robles servían para señalar el sitio del vado, cuando había crecida.

—Creo que los cortó hace cosa de dos años, cuando cortaba madera por aquí. Me pienso que nunca creyó que alguien fuera a utilizar este vado.

—No sé. Claro que habrá ocurrido por entonces. Cortó un buen golpe dé leña, entonces, que se llevó de aquí. Con ello se deshizo de la hipoteca, según tengo oído.

—Sí, eso es. Creo que sí. Y creo que Vernon es capaz de eso.

—Así es. La mayoría de la gente que corta leña en estas tierras de aquí tienen necesidad de una buena hacienda para mantener su aserradero, o un almacén. Pero Vernon es capaz de salir adelante él solo.

—Eso es lo que yo creo. Es mucho Vernon él.

—Cierto; lo es. Sí, por aquí debe de estar el vado. Nunca habría podido sacar esa carga de leña sin nivelar ese camino viejo.



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